Un misterio, un fascinante misterio. Myanmar es el último país del sureste asiático que aún permanece oculto para los ojos de los occidentales. Décadas de aislamiento, generadas por una férrea dictadura, crearon las barreras, tejieron el velo. Ahora, el país ha abierto sus puertas. Las reformas democráticas que han conducido a la liberación de la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, han conseguido despertar una oleada de interés internacional por el país y por el proceso. El crecimiento del turismo en Myanmar, espectacular, refleja ese interés. En dos años, 2012 y 2013, se ha pasado de ochocientos mil turistas a dos millones, y este año el número de visitantes en los ocho primeros meses ha crecido por encima del 46 por ciento, según datos del diario Myanmar Times. Los visados turísticos, imposibles en los años 60, restringidos a 24 horas en los 70 y a una semana en los 80, permiten ahora estancias de 28 días, un tiempo aún limitado para profundizar en las maravillas de un territorio bello, extenso y diverso, poblado por siete grandes grupos étnicos, entre los que destacan los birmanos, cruzado por varios ríos y dominado por paisajes físicos y humanos que no han cambiado desde los tiempos de Marco Polo. Cuanto significaba, para los occidentales, el lejano oriente está aquí, en este país: campos de arroz donde sobrevuelan las garzas, palafitos de bambú y techos de paja, caminos surcados por carretas tiradas por un par de bueyes, pagodas doradas, monjes de túnica granate, hombres que visten falda y mujeres que pintan su cara con thanaka. Es el momento de viajar a Myanmar, el país de la gente más amable del mundo. En este reportaje recorremos su corazón a bordo de un crucero de lujo: Road to Mandalay, de Belmond. ... Leer más